Desde el 8 de agosto y hasta el 30 de septiembre de 2014 estoy exponiendo 11 obras realizadas entre 2012 y 2014 con mi amigo Mario Godoy. Una excelente experiencia. Comparto la reseña escrita por María Laura Carrascal y publicada en "Señales", el suplemento cultural del diario La Capital, de Rosario.
Enfermos de pintura
La muestra Incurables, de Mario Godoy y Juan Balaguer, reúne
un conjunto de obras que sostienen a la pintura como una forma de expresión de
lo cercano y familiar.
Mario Godoy y Juan Balaguer conforman la dupla que presenta
Incurables en el Espacio Cultural Universitario (ECU). Una muestra que los
reúne nuevamente luego de exposiciones colectivas como Me importas tú en las
galerías del Parque España (2007) y PicFic (2011) en el Espacio de Arte de la
Fundación Osde. En esas muestras habían integrado un grupo más amplio de
creadores que, por diversas cuestiones, se circunscribió a ellos en esta
ocasión. Ambos vienen trabajando en sintonía respecto a la materialidad y la
forma en que abordan la obra porque la pintura les sigue resultando una fuente
inagotable y, al mismo tiempo, un desafío que les permite encontrar nuevas
posibilidades de exploración.
Un pequeño manifiesto inicia el recorrido y anticipa la
impronta de los trabajos presentados: “No escondemos la pintura, no queremos
que la anécdota o los efectos la fagociten. Temáticamente autorreferenciales
–infancia, familia y sociedad se mezclan en su superficie–, los cuadros de esta
muestra son sobre todo pigmentos y solventes depositados sobre lienzos.
Queremos pintar como pintores. Sin mayores excusas, solemnidades o
pretensiones. Así nos sentimos, enfermos de pintura. Incurables”.
Estas palabras refuerzan una decisión consciente de remarcar
que lo que hacen es pintura, en definitiva, juegan con el concepto de realidad
y el artificio que implica su representación. Quizás resulte innecesaria la
aclaación pero la torsión de este grupo de obras está sustentada en cierta
incomodidad sobre lecturas de sus obras previas como realistas o
hiperrealistas. Visiones tautológicas porque, aunque nunca se pierde de vista
que lo que se ve es un cuadro, el dominio sobre los materiales suele generar
una pared ante el espectador que sólo señala los efectos del simulacro sobre el
mundo circundante. Si bien los resultados pueden ser altamente exitosos en la
imitación de lo real, se termina en un regodeo de la técnica que le resta
subjetividad a lo representado.
En este grupo de obras se sigue advirtiendo el dominio
técnico, pero desde una perspectiva más relajada que auizás se vincule con la
madurez de los recorridos personales: “Queremos pintar porque es lo que nos
gusta. La pasamos bien y disfrutamos haciéndolo”, sostienen. Las discusiones
sobre la vigencia de la pintura frente a otros soportes resultan perimidas a
partir de su presencia sostenida en el tiempo y su articulación con nuevas
herramientas. Dispositivos que suman a la resolución pictórica final y que no
generan ningún desvelo en estos creadores que se consideran “sobrevivientes de
los 90, cuando la pintura estaba mal vista”.
El ámbito donde discurre la cotidianidad es el elegido por
los artistas para el ejercicio de esta nueva etapa de producción y para ello
recurren a la reelaboración de grandes temas de la historia del arte como
naturalezas muertas, banquetes y retratos.
En el caso de Juan Balaguer, la serie presentada se llama
Domingo y remite a las particulares percepciones sobre ese día de la semana en
que pueden convivir momentos de alegría celebratoria y, al mismo tiempo, una
sórdida tristeza. Apuntes fotográficos de él y su familia fueron “una excusa” y
el punto de partida de estas obras en donde ahora son visibles chorreados,
pinceladas y salpicados porque “tenía ganas de volver a la figura humana y a
pintar de otra manera”. Las tradiciones son un tema reiterado en este pintor
interesado en trabajar sobre las construcciones sociales que terminan
naturalizándose. De esta forma, asados en la terraza, ropa colgada, piletas de
lona y familiares almorzando en traje de baño configuran un “particular estado
de bienestar”.
Mario Gogoy reelabora la temática iniciada con juguetes y
otros objetos vinculados a su infancia y, en este caso, recurre al imaginario
televisivo que alimentó a toda una generación. “Series que venían de afuera, trabajadas
con la mirada de un chico”, protagonizan este grupo de obras: Kojac, El
Superagente 86, El Gran Chaparral, Viaje a las estrellas, El Capitán Escarlata,
Los locos Adams, El agente de CIPOL, Batman y Robin se convirtieron en
reservorio de inspiración para el creador. Godoy trabaja con programas
digitales con el fin de lograr una imagen atravesada por la afectividad que
determina el relativismo de la percepción: “Hay como un filtro que tiene que
ver con el paso del tiempo”. Quizás por eso el trabajo de manchas recortadas de
color que se suman, capa sobre capa, genera un juego entre la representación
figurativa y abstracta logrado en relación a la distencia con que se aprecia
cada obra.
Finalmente, de manera lúdica y a partir de un juego de palabras, Incurables alude a la figura del curador poniendo en discusión esa figura que en los últimos tiempos se ha vuelto casi insoslayable. Es saludable la postura porque pueden hacer una lectura crítica de muestras en las que han participado y en las que consideraron fundamental la mirada externa que dio sentido al cuerpo de obra pero, al mismo tiempo, saben que en otras ocasiones el artista es el que tiene la última palabra.
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